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lunes, marzo 20, 2006

Carta a Frank y Rigoberta

Por César A. García

¿Les importa realmente la caótica situación de la mayoría de los guatemaltecos?
Omito sus títulos por considerarlos una costumbre tercermundista e innecesaria. Quiero hacerles saber abiertamente mi opinión sobre su patética participación en el gobierno ganista… misma que se ha limitado a ser consortes de la mediocridad y la negligencia. Ambos tienen cosas en común… en su pasado y presente; vivieron en carne propia dolor y persecución derivados de la forma en que pensaban y actuaban…todo ello durante los años de represión y muerte que enlutaron a miles de familias guatemaltecas… también ambos estuvieron en el exilio, lo cual es innegable les resolvió el futuro, pues a partir de allí encontraron patrocinios y simpatías foráneas que finalmente culminaron en la nominación de ambos para el Premio Nobel de la Paz… al margen de que solo uno lo consiguió.

Luego del posicionamiento alcanzado como cuasi mártires del conflicto armado interno, retornan a Guatemala “como los grandes”, como íconos de la lucha contra las injusticias sociales… pero el tiempo pasa pronto y se acomodan a la fama, al manejo de influencias, y pronto son reclutados por la Gana que les utiliza como la cara social del nuevo gobierno; ustedes junto con el Vicepresidente ‘garantizarían’ que el hambre, la marginación y la muerte fueran expulsadas de Guatemala… ustedes tienen a partir del inicio de este pálido gobierno títulos rimbombantes... importantes –sin duda– para sus currículum y para seguirse vendiendo. Usted Frank, tiene jerarquía de “comisionado” título poco conocido en Guatemala, salvo por el Comisionado Gordon que junto con Bruno Díaz y Ricardo Tapia, protagonizaban Batman en los 60… pero no es un simple comisionado, su despacho “se encarga” de velar por los “Derechos Humanos”… usted debería velar por lo dispuesto en los primeros cuatro artículos constitucionales ¿los conoce?

Rigoberta, usted se convierte en Embajadora de “buena voluntad”; como tal, usted representa ante el mundo a la misma nación que dijo defender y por la que dijo “luchar”…un país menesteroso y con problemas de desarrollo humano vergonzosos que a todos debieran preocuparnos, una nación con más pobreza y marginación que en los años de la cruda guerra, aquellos años en que su padre perdió la vida junto a muchos otros seres humanos, en un acto irracional y sanguinario donde la prudencia y el sentido común estuvieron ausentes.

Rigoberta y Frank, desde sus cómodos despachos, rodeados de prebendas e “importancia” han dejado –junto con el Vicepresidente– algo muy en claro: “decían” pero cuando pudieron hacer… no hicieron. Después de sus más de dos años de contubernio y regocijo con el gobierno de la Gana, les pregunto: 1- ¿En qué ha contribuido su gestión para paliar el hambre y desnutrición del 49 por ciento de nuestros niños… futuros adultos tontos?, 2- ¿Se les olvidó la causa que decían defender o ésta en realidad era solo una mezquina herramienta para llegar al poder? y 3- ¿Les importa realmente la caótica situación de la mayoría de los guatemaltecos? Ustedes se pintan hoy día, como Rigoberta la demagoga y diplomática y Frank el defensor de los derechos humanos… de los delincuentes. Piénselo.


Fuente:
www.elperiodico.com.gt

lunes, marzo 06, 2006

¿Mitad y mitad?

Por Carolina Escobar Sarti

A pesar de ser cuantitativamente más, las estadísticas siguen considerando a las mujeres una minoría.

Algunos aseguran que en el mundo las mujeres y los hombres somos mitad y mitad, pero yo siempre he tenido la impresión de que una mitad es más mitad que la otra.


Creo que lo comencé a pensar cuando una buena amiga mía me contó —ya hace muchos años— que de niña lo primero que hacía al despertarse era ver si Dios había escuchado sus ruegos en los que pedía, nada más y nada menos, que convertirse en hombre.


Todo, porque su hermano podía ir a las casas de todos sus amigos y hacer lo que quería, mientras ella nunca tenía permiso de hacer nada, por el simple hecho de haber nacido mujer.

Luego, los hechos y las cifras habrían de confirmar esa primera impresión: hoy, más de dos terceras partes de los 960 millones de personas analfabetas adultas en el mundo, son mujeres.


Además, dos tercios de los 130 millones de infantes que no van a la escuela o desertan de ella, son niñas.


Y podemos agregar más: dos terceras partes de los 300 millones de personas pobres en el mundo, son mujeres.


Las mujeres realizamos 52 por ciento del trabajo mundial, pero sólo una tercera parte del mismo es remunerado. Por su parte, los hombres realizan 48 por ciento del trabajo mundial, y sin embargo tres cuartas partes del mismo es remunerado.


A pesar de todo lo anterior, una de cada tres mujeres del mundo provee el alimento y la educación para sus hijos e hijas, sin ninguna ayuda de los padres.


Y podría poner acá las frías cifras que retratan mortalidad materna, justicia, participación política, violencia en general y violencia intrafamiliar en particular, ciudadanía, maltrato laboral, explotación sexual y comercial de niñas y mujeres en países del Sur, tenencia de tierra, otorgamiento de créditos y otras que expresan la falta de equilibrio con que la humanidad ha tratado a sus dos mitades.


Así que resulta que a pesar de poblar en número casi parejo el mundo, la realidad no refleja lo mismo en la calidad de vida y las oportunidades de acceso al desarrollo que han tenido y tienen los hombres y las mujeres.


Por eso es que, a pesar de ser cuantitavamente más, las estadísticas siguen considerando a las mujeres una minoría.


De esa desigualdad venimos hablando las que algo decimos, no de la biológica que a muchas nos tiene sin cuidado.


Y no caigo en el discurso de la lástima, sino en la relación de cifras y hechos de una realidad posible de ser modificada.


Así lo creyeron quienes hablaron de la cuestión de las mujeres en el siglo XIV, las que luego instituyeron el 8 de marzo como el Día Internacional de Mujer en memoria de un grupo de trabajadoras que murieron quemadas por pedir que se observaran sus derechos laborales en los albores del siglo XX, y lo seguimos creyendo las feministas de hoy.


En este caminar de las mujeres no hay vuelta atrás, porque todavía nos falta mucho para que ninguna mitad sea más mitad que la otra.


Fuente:
www.prensalibre.com