El capitalismo como “infancia” y el noliberalismo académico: El sindrome Picapiedras-Jetsons y la defensa del "lapiz"
Por Mario Palomo
(Fragmento de la segunda conversación con Mario Roberto Morales)
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MP: Mario Roberto, pareciera que el enorme esfuerzo por difundir cierta lógica sobre “cómo debe funcionar” el sistema económico y político se ha traducido en una apabullante resonancia del discurso neoliberal, de sus presupuestos y de sus “principios”, y da la sensación de estar ante una ideología sin un contrapeso teórico-práctico. A tal extremo se ha llegado a reducir la complejidad social a una simple naturalización de dichos “principios” –basados en la lógica utilitaria del canon empresarial—, que no queda lugar para salirse de su “sentido común”, de su instrumentalismo. ¿Qué opinión te merece esto?
MRM: Bueno, yo creo que el neoliberalismo es de hecho una ideología empresarial. Por supuesto, los neoliberales rehuyen el término “ideología” y lo remiten a uno a nociones como la de “sentido común”, apelando para ello a lo que llaman “experiencia de la humanidad”, y dicen por ejemplo que la humanidad ha subsistido gracias al intercambio voluntario de bienes y servicios “en libertad”. En otras palabras, el intercambio de bienes y servicios como acto soberano de los seres humanos es la piedra de toque de la civilización. Esto es parte de ese proceso de naturalización ideológica que mencionabas, es decir, de hacer “natural” un proceso económico que es una construcción de grupos de poder. Esta ideología cobra auge después del colapso de la Unión Soviética, cuando se quiebra el eje de la bipolaridad de la guerra fría y cuando los países del Este se convierten en mercados para las corporaciones transnacionales. En ese momento se inicia con fuerza el proyecto globalizador neoliberal, que consiste en hacer de la producción y el consumo actos transnacionalizados. En otras palabras, se puede producir mercancía italiana en la India, o mercancía estadounidense en la China, etcétera. Las plantas productoras se ubican por lo regular en países pobres, porque allí la mano de obra es más barata; y con eso los consumos se focalizan también, ya que ¿en dónde sale más barato sacar el producto hecho en Bangladesh o Indonesia para su consumo? Talvez en América Latina o talvez en Estados Unidos. En fin, se transnacionalizan la producción y el consumo. Pero es una producción y un consumo pautados por los intereses de acumulación corporativos transnacionales y no por los de bienestar de los conglomerados productores y consumidores.
Entonces, digamos, el proceso globalizador es un proceso encabezado por el interés capitalista de orden corporativo; no se trata del interés capitalista de “libre empresa” en el sentido clásico, en el que hay multitud de empresarios de todas las clases sociales y todo el mundo compite con reglas claras, y la cantidad de ricos aumenta, la cantidad de empresarios aumenta. Ocurre sin embargo que, como todos sabemos, el capitalismo lleva indefectiblemente al monopolio, y el capitalismo corporativo es monopólico, es cada vez más monopólico: mientras más se funden las empresas, más centralizado está el poder del capital y su acumulación. Entonces, la globalización, este proceso de transnacionalización de la producción y del consumo, se ha llevado a cabo en razón de intereses corporativos, y no en razón de intereses capitalistas de libre empresa, porque el capitalismo corporativo no es libre empresa, es una forma —la más salvaje— de monopolismo. Este es el problema.
Por otro lado, el discurso neoliberal gira en torno a la idea de que la abolición de las “ataduras” del capital y del mercado, que son las regulaciones que el Estado establece para los flujos de capital, equivale a la condición sine que non de la libre empresa, de la libertad de mercado, por lo que, según los neoliberales, una vez des-regulada la actividad del mercado, todo el mundo se va a volver empresario, todo el mundo va a progresar, y los que no quieran ser empresarios van a tener buenos salarios, y por goteo la riqueza va a llegar a todos. Sin embargo, éste tipo de discurso de “libre mercado” choca brutalmente con la realidad corporativa transnacional, que cada vez es más desnacionalizada, cada vez está más concentrada. El discurso de los neoliberales, sobre todo el académico (o, mejor, universitario), sostiene que las oligarquías atrasadas son un obstáculo para la libre empresa y la libertad de mercado. Cuando dicen esto, ellos están pensando en sí mismos como en empresarios progresistas, inteligentes, actualizados y, por ello, sin escrúpulos morales o éticos cuando se trata de producir y vender lo que sea —armas, drogas, contaminantes, cancerígenos y demás, porque “el consumidor lo pide y el consumidor manda”. No hay nada de problemático con el programa de Marta Susana porque el libre mercado es eso, ¿verdad?, y el consumidor es el que tiene la última palabra: si quiere quita el televisor, si quiere compra esto o aquello, es decir, el ser humano “libre” lo es porque siempre tiene a su alcance las llamadas “opciones” del consumidor. Pero los neoliberales están enarbolando una idea liberal, en el sentido clásico, y ellos se llaman a sí mismos liberales, no les gusta que los llamen neoliberales y que los asocien con prácticas monopolistas, proteccionistas y oligárquicas: a ellos les gusta pensarse a sí mismos como “capitalistas progresistas”, como “empresarios libertarios” que están más allá del atraso de la oligarquía. Pero ¿qué es lo que pasa en la práctica? En la práctica quienes no tienen acceso a capital corporativo se contentan con ser socios minoritarios del mismo cuando ese capital irrumpe en cualquier país, ya sea en los países desarrollados o en los subdesarrollados. Entonces, lo que ocurre en la práctica es que estos empresarios están jugando un papel de fortalecimiento del capitalismo corporativo, ese que convierte absolutamente todo en mercancía bajo la idea de que las leyes del mercado son más “sabias” que las regulaciones estatales y que los criterios éticos y morales remitidos al bienestar de las mayorías; y son más sabias por que “el mercado” sabe cuando subir, cuando bajar, cuando estancarse y colapsar. Así es que ésta “libertad” es una cuyas normas están pautadas por los intereses corporativos, y estos intereses corporativos, pasan recogiendo a estos empresarios académicos que abogan por la libre empresa, que dicen que luchan contra el monopolio, que dicen que luchan contra las oligarquías, que de hecho luchan contra los aranceles, y se los pasan llevando y los hacen formar parte de prácticas monopólicas, como las de Wall Mart, Shell, y tantas otras corporaciones. Esa es una contradicción inmensa en la práctica, y ese es el problema con el discurso neoliberal: que en “teoría” es una cosa y en la práctica es absolutamente otra: en “teoría” a los neoliberales les funciona una lógica discursivo-formalista interna que no se corresponde con la realidad. Ese es el panorama del neoliberalismo en la actualidad, y es la base de los fundamentalismos de mercado que se viven, en el caso de Guatemala, en todo el tinglado institucional y en la difusión propagandística que emana de la universidad Francisco Marroquín.
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MP: Mario Roberto, pareciera que el enorme esfuerzo por difundir cierta lógica sobre “cómo debe funcionar” el sistema económico y político se ha traducido en una apabullante resonancia del discurso neoliberal, de sus presupuestos y de sus “principios”, y da la sensación de estar ante una ideología sin un contrapeso teórico-práctico. A tal extremo se ha llegado a reducir la complejidad social a una simple naturalización de dichos “principios” –basados en la lógica utilitaria del canon empresarial—, que no queda lugar para salirse de su “sentido común”, de su instrumentalismo. ¿Qué opinión te merece esto?
MRM: Bueno, yo creo que el neoliberalismo es de hecho una ideología empresarial. Por supuesto, los neoliberales rehuyen el término “ideología” y lo remiten a uno a nociones como la de “sentido común”, apelando para ello a lo que llaman “experiencia de la humanidad”, y dicen por ejemplo que la humanidad ha subsistido gracias al intercambio voluntario de bienes y servicios “en libertad”. En otras palabras, el intercambio de bienes y servicios como acto soberano de los seres humanos es la piedra de toque de la civilización. Esto es parte de ese proceso de naturalización ideológica que mencionabas, es decir, de hacer “natural” un proceso económico que es una construcción de grupos de poder. Esta ideología cobra auge después del colapso de la Unión Soviética, cuando se quiebra el eje de la bipolaridad de la guerra fría y cuando los países del Este se convierten en mercados para las corporaciones transnacionales. En ese momento se inicia con fuerza el proyecto globalizador neoliberal, que consiste en hacer de la producción y el consumo actos transnacionalizados. En otras palabras, se puede producir mercancía italiana en la India, o mercancía estadounidense en la China, etcétera. Las plantas productoras se ubican por lo regular en países pobres, porque allí la mano de obra es más barata; y con eso los consumos se focalizan también, ya que ¿en dónde sale más barato sacar el producto hecho en Bangladesh o Indonesia para su consumo? Talvez en América Latina o talvez en Estados Unidos. En fin, se transnacionalizan la producción y el consumo. Pero es una producción y un consumo pautados por los intereses de acumulación corporativos transnacionales y no por los de bienestar de los conglomerados productores y consumidores.
Entonces, digamos, el proceso globalizador es un proceso encabezado por el interés capitalista de orden corporativo; no se trata del interés capitalista de “libre empresa” en el sentido clásico, en el que hay multitud de empresarios de todas las clases sociales y todo el mundo compite con reglas claras, y la cantidad de ricos aumenta, la cantidad de empresarios aumenta. Ocurre sin embargo que, como todos sabemos, el capitalismo lleva indefectiblemente al monopolio, y el capitalismo corporativo es monopólico, es cada vez más monopólico: mientras más se funden las empresas, más centralizado está el poder del capital y su acumulación. Entonces, la globalización, este proceso de transnacionalización de la producción y del consumo, se ha llevado a cabo en razón de intereses corporativos, y no en razón de intereses capitalistas de libre empresa, porque el capitalismo corporativo no es libre empresa, es una forma —la más salvaje— de monopolismo. Este es el problema.
Por otro lado, el discurso neoliberal gira en torno a la idea de que la abolición de las “ataduras” del capital y del mercado, que son las regulaciones que el Estado establece para los flujos de capital, equivale a la condición sine que non de la libre empresa, de la libertad de mercado, por lo que, según los neoliberales, una vez des-regulada la actividad del mercado, todo el mundo se va a volver empresario, todo el mundo va a progresar, y los que no quieran ser empresarios van a tener buenos salarios, y por goteo la riqueza va a llegar a todos. Sin embargo, éste tipo de discurso de “libre mercado” choca brutalmente con la realidad corporativa transnacional, que cada vez es más desnacionalizada, cada vez está más concentrada. El discurso de los neoliberales, sobre todo el académico (o, mejor, universitario), sostiene que las oligarquías atrasadas son un obstáculo para la libre empresa y la libertad de mercado. Cuando dicen esto, ellos están pensando en sí mismos como en empresarios progresistas, inteligentes, actualizados y, por ello, sin escrúpulos morales o éticos cuando se trata de producir y vender lo que sea —armas, drogas, contaminantes, cancerígenos y demás, porque “el consumidor lo pide y el consumidor manda”. No hay nada de problemático con el programa de Marta Susana porque el libre mercado es eso, ¿verdad?, y el consumidor es el que tiene la última palabra: si quiere quita el televisor, si quiere compra esto o aquello, es decir, el ser humano “libre” lo es porque siempre tiene a su alcance las llamadas “opciones” del consumidor. Pero los neoliberales están enarbolando una idea liberal, en el sentido clásico, y ellos se llaman a sí mismos liberales, no les gusta que los llamen neoliberales y que los asocien con prácticas monopolistas, proteccionistas y oligárquicas: a ellos les gusta pensarse a sí mismos como “capitalistas progresistas”, como “empresarios libertarios” que están más allá del atraso de la oligarquía. Pero ¿qué es lo que pasa en la práctica? En la práctica quienes no tienen acceso a capital corporativo se contentan con ser socios minoritarios del mismo cuando ese capital irrumpe en cualquier país, ya sea en los países desarrollados o en los subdesarrollados. Entonces, lo que ocurre en la práctica es que estos empresarios están jugando un papel de fortalecimiento del capitalismo corporativo, ese que convierte absolutamente todo en mercancía bajo la idea de que las leyes del mercado son más “sabias” que las regulaciones estatales y que los criterios éticos y morales remitidos al bienestar de las mayorías; y son más sabias por que “el mercado” sabe cuando subir, cuando bajar, cuando estancarse y colapsar. Así es que ésta “libertad” es una cuyas normas están pautadas por los intereses corporativos, y estos intereses corporativos, pasan recogiendo a estos empresarios académicos que abogan por la libre empresa, que dicen que luchan contra el monopolio, que dicen que luchan contra las oligarquías, que de hecho luchan contra los aranceles, y se los pasan llevando y los hacen formar parte de prácticas monopólicas, como las de Wall Mart, Shell, y tantas otras corporaciones. Esa es una contradicción inmensa en la práctica, y ese es el problema con el discurso neoliberal: que en “teoría” es una cosa y en la práctica es absolutamente otra: en “teoría” a los neoliberales les funciona una lógica discursivo-formalista interna que no se corresponde con la realidad. Ese es el panorama del neoliberalismo en la actualidad, y es la base de los fundamentalismos de mercado que se viven, en el caso de Guatemala, en todo el tinglado institucional y en la difusión propagandística que emana de la universidad Francisco Marroquín.
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