Nicaragua: Pierde la derecha... pero no gana la izquierda
Por Víctor Gálvez Borrel
Las noticias previas sobre las elecciones en Nicaragua lograron desplazar, momentáneamente, aquellas sobre la quiebra del Bancafé, los accidentes de buses y su cauda de cadáveres y hasta la crisis de la Gana. Este repentino interés deriva del renacimiento de viejos fantasmas de la “Guerra Fría”: el sandinismo y su representante más conspicuo: Daniel Ortega.
Y es que en este nuevo contexto, la derecha centroamericanaza percibe un ingrediente distinto a lo que, en la década de 1980 (durante los años de la guerra generalizada en la región) se llamó el eje: Moscú-La Habana-Managua y ahora correspondería al nuevo eje: Caracas-La Habana-Managua. La “bestia negra” sería el presidente Chávez, quien ha sustituido la amenaza del “viejo comunismo” y que en vez de armas, ofrece petróleo.
Lo cierto es que la ciudadanía nicaragüense, después de 16 años de gobiernos liberales, privatizaciones y promesas no cumplidas de desarrollo a través del libre mercado y la reducción del Estado, aparece frustrada y engañada por los políticos de derecha y ha vuelto sus ojos al sandinismo “oficial” de Ortega. En estos años, migraron más de 300 mil nicaragüenses, la pobreza llegó al 80% de la población y Managua se convirtió en una gigantesca área marginal que ya no da cabida a tantos vendedores ambulantes, niños de la calle e indigentes.
Pero la paradoja de la sociedad nicaragüense —como la de otras sociedades centroamericanas— es que frente a esa amargura y a ese rechazo, no existen opciones ni alternativas viables. Ese es el drama. Y esa paradoja se demuestra con el resultado de estas elecciones: pierde la derecha pero no gana la izquierda. En efecto, la actitud y el discurso de Ortega y del sandinismo oficial, podrían fácilmente interpretarse bajo la lógica del pragmatismo: pragmatismo electorero pero pragmatismo al fin.
Pero no es ese el caso. No se trata tan sólo de una aparente mutación de piel (tan común en los líderes políticos centroamericanos que emulan a los ofidios cuando conviene captar votos). Rascando más profundo, estaríamos frente a un cambio de fondo, a un verdadero viraje de la dirigencia sandinista oficial, hacia posiciones que no se diferencian en nada, de las del partido liberal del ex presidente Alemán. Ser de izquierda supone una cuestión ética, como lo señaló Sergio Ramírez al referirse al artículo de Francois Hutart.
Los hitos más significativos de este viraje empezaron con el escándalo de la “piñata” sandinista: la descarada corrupción y el saqueo de los bienes públicos durante los años del gobierno de Ortega. Siguieron con el pacto entre sandinistas y liberales para fortalecer la administración de Alemán, lograr su impunidad durante la administración de Bolaños, copar los órganos del Estado y, al reformar la Constitución, permitir que un candidato pueda ganar en la primera vuelta apenas con el 35% de los votos (Ortega consiguió un poco más).
Continuó con el apoyo de los diputados del FSLN que votaron a favor del TLC; con la expulsión de la disidencia del partido de Sandino, que pugnaba por un juego democrático para seleccionar candidatos (caso Lewites) y con el acercamiento oportunista a monseñor Obando y Bravo. En estas condiciones, quienes rechazaron en las urnas a los liberales para votar por Ortega, no tardarán en convencerse que tampoco votaron por la izquierda y una vez más, se equivocaron.
Fuente: www.sigloxxi.com
Y es que en este nuevo contexto, la derecha centroamericanaza percibe un ingrediente distinto a lo que, en la década de 1980 (durante los años de la guerra generalizada en la región) se llamó el eje: Moscú-La Habana-Managua y ahora correspondería al nuevo eje: Caracas-La Habana-Managua. La “bestia negra” sería el presidente Chávez, quien ha sustituido la amenaza del “viejo comunismo” y que en vez de armas, ofrece petróleo.
Lo cierto es que la ciudadanía nicaragüense, después de 16 años de gobiernos liberales, privatizaciones y promesas no cumplidas de desarrollo a través del libre mercado y la reducción del Estado, aparece frustrada y engañada por los políticos de derecha y ha vuelto sus ojos al sandinismo “oficial” de Ortega. En estos años, migraron más de 300 mil nicaragüenses, la pobreza llegó al 80% de la población y Managua se convirtió en una gigantesca área marginal que ya no da cabida a tantos vendedores ambulantes, niños de la calle e indigentes.
Pero la paradoja de la sociedad nicaragüense —como la de otras sociedades centroamericanas— es que frente a esa amargura y a ese rechazo, no existen opciones ni alternativas viables. Ese es el drama. Y esa paradoja se demuestra con el resultado de estas elecciones: pierde la derecha pero no gana la izquierda. En efecto, la actitud y el discurso de Ortega y del sandinismo oficial, podrían fácilmente interpretarse bajo la lógica del pragmatismo: pragmatismo electorero pero pragmatismo al fin.
Pero no es ese el caso. No se trata tan sólo de una aparente mutación de piel (tan común en los líderes políticos centroamericanos que emulan a los ofidios cuando conviene captar votos). Rascando más profundo, estaríamos frente a un cambio de fondo, a un verdadero viraje de la dirigencia sandinista oficial, hacia posiciones que no se diferencian en nada, de las del partido liberal del ex presidente Alemán. Ser de izquierda supone una cuestión ética, como lo señaló Sergio Ramírez al referirse al artículo de Francois Hutart.
Los hitos más significativos de este viraje empezaron con el escándalo de la “piñata” sandinista: la descarada corrupción y el saqueo de los bienes públicos durante los años del gobierno de Ortega. Siguieron con el pacto entre sandinistas y liberales para fortalecer la administración de Alemán, lograr su impunidad durante la administración de Bolaños, copar los órganos del Estado y, al reformar la Constitución, permitir que un candidato pueda ganar en la primera vuelta apenas con el 35% de los votos (Ortega consiguió un poco más).
Continuó con el apoyo de los diputados del FSLN que votaron a favor del TLC; con la expulsión de la disidencia del partido de Sandino, que pugnaba por un juego democrático para seleccionar candidatos (caso Lewites) y con el acercamiento oportunista a monseñor Obando y Bravo. En estas condiciones, quienes rechazaron en las urnas a los liberales para votar por Ortega, no tardarán en convencerse que tampoco votaron por la izquierda y una vez más, se equivocaron.
Fuente: www.sigloxxi.com
5 Comentarios:
Una vez más el mercenarismo intelectual hace gala de su condición de asalariado. La agencia debe haber dictado ya los lineamientos.
Por Anónimo, 13 noviembre, 2006
lo que esta claro es que tanto los nicas como los chapines queremos cambios, cambios radicales, parece entonces que los que estan fallando son los que se autodenominan de izquierda
Por Anónimo, 13 noviembre, 2006
A mi me parece que Borrel esta muy lejos de ser alquien que defiente lo popular y revolucionario pero de eso a ponerlo como mercenario de la palabra es simplemente injusto.
A mi criterio Borrel tiene toda la razón ya que Ortega es una manipulador total. He vivido en Nicargua y me consta que si bien la base sandinista está clara de sus convicciones no es así con la dirigencia que la única convición que tiene es hambre de poder.
El tiempo dirá si nos equivocamos o vemos como se usó el sentimiento de izquierdizarnos en Latinoamérica con fines que se encuentran lejos de la ideología.
Sandra Rios
Por Anónimo, 26 noviembre, 2006
De acuerdo, no le llamemos mercenario a Gálvez Borrel pues suena muy "duro". ¿Fafero le parece un término más adecuado? o ¿Cuál es la palabreja políticamente correcta?
Por Anónimo, 28 noviembre, 2006
Lo escribió Mario Roberto Morales:
Son estos "intelectuales" mercenarios los que niegan que todo movimiento social que dependa del financiamiento internacional es un movimiento muerto, sin representatividad política y sin agenda reivindicativa genuina, y que además le hace el juego a la falsa democracia oligárquica y neoliberal. Y lo niegan porque sus centros de investigación viven gracias a que ellos hacen semejantes afirmaciones públicas para darle al mundo el confite de que de hecho la cooperación internacional cumple una función emancipadora de los subalternos y no un papel contrainsurgente y de injerencia foránea en asuntos internos.
Por Rodrigo Pérez Nieves, 28 diciembre, 2006
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