Manuel José Arce y sus fantasmas
Por Luz Méndez de la Vega
Es evidente que además del valor literario de la obra de un autor, el poder ser conocido nacional y, aun más, internacionalmente, depende de la divulgación de la misma, relacionada con el tiraje de su edición que, entre nosotros, es muy limitado. Razón por la cual, dichos libros, pronto se agoten y, lo peor, no vuelvan a ser editados, salvo alguna excepción o si se trata de obras muy populares. Esto ha llevado a alguien a firmar que: "Ser editado en Guatemala, es como permanecer inédito". Desafortunadamente, esto se comprueba, al ver que muchos de nuestros mejores escritores han ido quedando en el olvido, o sólo conocidos dentro del límite de nuestras fronteras y, en el mejor de los casos, de las centroamericanas.
Aunque lo anterior es resultado del desinterés de las casas editoras por divulgar y reeditar autores nacionales, también lo es de los mismos autores, que se conforman con ver su libro impreso, creyendo así, salvarse del olvido de las nuevas generaciones, sin darse cuenta de que, si éstas acaso recuerdan el nombre de algún escritor del pasado, seguramente nunca leyeron ni leerán sus obras pues, aunque quisieran leerlas, no las encuentran.
Un caso similar, por haberse alejado de Guatemala durante su largo exilio en Francia, además de estar agotadas las ediciones de sus libros, es el del admirado poeta Manuel José Arce, cuyos poemarios son imposibles de conseguir, al igual que sus obras teatrales, que fueron tan aplaudidas, por su originalidad, dentro del "teatro del absurdo" con su valiente crítica socio-política, como Delito, condena y ejecución de una gallina, que terminaba, cada representación, con el simbólico sangriento sacrificio real de una de éstas. Más difícil aún, es el encontrar sus primeras prosas y versos publicados en diarios y revistas de El Salvador y Guatemala, o en su poemario En el nombre del padre. Varios quedaron en el Diario de Centroamérica, donde él trabajó y fundó junto con el poeta Carlos Zipfeld e integrantes del grupo La Moira el complemento cultural Desvelo, trino y Cimiento; cuando recién venido de El Salvador -por 1954- ya se autollamaba "anciano de veinte años", empadrinado por su literaria "Mamá Claudia, o sea la gran poetisa salvadoreña Claudia Lars.
Todo lo antes dicho, pone en relieve el valor de la edición hecha por la Universidad de San Carlos de Guatemala -en estos finales del 2003- de la obra póstuma de Manuel José: Crónicas del café de los Fantasmas, a cuya portada da color y sabor una artística ilustración de Ramón Banús. Libro que nos trae todo el encanto y perfección de su magnífica prosa de poeta y académico de la lengua, salpicada de la gracia de aquellas otras famosas del Diario de un Escribiente, algunas de las cuales, por fortuna, fueron editadas como libros.
Si bien, toda la poesía y prosa de Manuel José desde una belleza innegable, la prosa de sus Crónicas del Café de los Fantasmas nos llega con el influjo de la mejor prosa poética francesa, que él supo colorear, en algunos relatos, con la chispa popular chapina. París, metido dentro de su corazón, lo volvió parisino y nos hace recordar el estilo de los Poemas en prosa de Baudelaire, en algunas tan hermosas como las dedicadas al Sena, al Otoño que confunde hojas y palomas, a los arcos de París, a las campanadas que embotella, y en especial a la Niké de El Louvre -ideal de belleza amada- como lo declara en estos fragmentos de verdadera poesía en prosa:
Tus brazos no. Ni tu cuello. Ni tus pies. Sólo tu cuerpo inquebrantable, velado. Tus poderosos pechos que se mueven al son de la canción que cantas, de la canción que te impulsa a medida que sale de ti, la canción que te empuja, no como el viento a la vela, sino que se queda atrás, como el chorro caliente de los jets, Y los muslos. Ese muslo victorioso que se adelante en movimiento y triunfo eternos. Ese paso que se inicia en las alas; se continúa en los pechos, se consagra en el beso umbilical del vientre y se realiza en tus piernas, sin tus pies, para prolongarse hasta mí, más allá de mí. Decapitada./// Toda la belleza de una proa que avanza, es sólo tu pedestal absurdo (…) Sólo el tiempo es perfecto. Y tú eres el tiempo.
Algunas prosas de este libro enlazan su tema al de otra, como esta de la Niké, que se continúa con el terrible alucinante relato de Celie -su amante celosa- que se suicida en imposible mutilación, sólo realizable dentro del surrealismo de este fragmento final:
(,,,) todo terminó cuando entré en el apartamento (no entiendo aún como pudo hacerlo), encontré a Celie, de pie sobre la mesa, vestida con una vaporosa clámide griega y en actitud de dar un paso hacia delante, con los pies, los brazos y la cabeza cercenados. Había un papel en el que escribió: "Voici ta Niké"./// Fue una torpe imitación: le faltaban las alas.
Detalle de tan refinada crueldad que evidencia, también, el influjo de Los cantos de Maldoror del Conde de Lautreamont; que -él mismo- muestra conocer bien en el relato, donde hacer entrar al conde y "poeta maldito" al Café de los fantasmas, que se llama así, precisamente, por el juego original en el que Arce nos hace ir de la realidad, a la de sus servicios personajes:
Cuando entró Lautréamont, nadie se dio cuenta. Venía con su hermafrodita. Ambos se pusieron a beber pernod en una esquina silenciosa. En torno a ellos empezaron a formarse cortinajes de telarañas. Un humo caliente poblado de luces de Bengala invadió perezosamente la atmósfera, Sobre la gastadas madera de la mesa, empezaron a crecer hongos venenosos y crisantemos. (…)
Ese magistral manejo de la poesía en prosa lo llena, a veces, de cólera o socarronas burlas y otra, de aquella ternura suya, con la que envuelve objetos, recuerdos y hechos diarios o personas; como en esta prosa, con la temática del amante que contempla a su amada dormida:
(…) Pero viéndote dormir, todas estas leyes transitorias, todos estos requisitos preestablecidos para considerar oficialmente bello lo bello, derogan su rigidez, pierden su acartonamiento y se vuelven vivas confirmaciones de tu perfil, del color y la forma de tus labios, de tu brazo perfecto que se fugó de las sábanas y que está allí, tranquilo, como sin darse cuenta de su inmensa y propia importancia./// (…) Verte dormir. Es un lugar común, pero es como ver el mar en calma, el cielo despejado y la flor reventando(…).
Manuel José, por varios motivos, se autoexilió en Europa y vivió entre sueños, penurias, y trabajos de toda clase, hasta establecerse en Albi, Francia, y convertirse en figura consagrada, al dar su nombre el Teatro de esa ciudad, donde ejerció su labor de director del mismo. Antes, sin embargo, vivió lleno de amor y dicha su tiempo parisino y, por obra de la poesía de su prosa, se convirtió en uno más de los parroquianos de ese "irreal -real" Café de los fantasmas, según cuenta:
(…) Tengo mi mesa aquí. Hace años que vengo a este cafetín. Y aunque ni el patrón ni el cajero, ni las meseras parecen conocerme, este sitio forma parte de mi mundo y de mi vida.
Si embargo ese Café de los fantasmas, que pudiera suponerse fuera cualquier cafetín de París -como yo digo- no es otro que el que está aquí, en nuestras manos, cuando leemos y volvemos a releer este admirable libro. Obra donde mezcla la auténtica poesía de su límpida prosa de Académico de la Lengua, con expresiones populares hasta soeces cuya oportunidad y certeza colocación dentro del texto, lo llenan de la gracia picante que siempre supo poner en sus descripciones o relatos, o bien que las diluye entre la dulce ternura de otras, que borran cualquier aspereza. Este libro por parisino y por cariño, Manuel José, antes de morir, lo dedicó a Tasso Hadidodou.
Antes de terminar, recordemos que, entre la brillante obra de Arce, están sus poemarios: En el nombre del padre, Sonetos de amor para mi esposa, De la posible aurora, Episodios del vagón de carga, El Eternauta, Epigramas eróticos en homenaje a Marcial de Bilbilis,, Cantos de Vida, Palabra alusivas al Acto, y entre sus obras de teatro: Oreste, El garo murió de histeria, Diálogo del gordo el flaco y una rockola, Compermiso, Delito, condena y ejecución de una gallina, Viva Sandino, La última profecía, Aquiles y Quelonio, El coronel de la primavera y otras.
Fuente: www.lahora.com.gt - Suplemento cultural - Semana del 29 de noviembre al 6 de diciembre de 2003
Es evidente que además del valor literario de la obra de un autor, el poder ser conocido nacional y, aun más, internacionalmente, depende de la divulgación de la misma, relacionada con el tiraje de su edición que, entre nosotros, es muy limitado. Razón por la cual, dichos libros, pronto se agoten y, lo peor, no vuelvan a ser editados, salvo alguna excepción o si se trata de obras muy populares. Esto ha llevado a alguien a firmar que: "Ser editado en Guatemala, es como permanecer inédito". Desafortunadamente, esto se comprueba, al ver que muchos de nuestros mejores escritores han ido quedando en el olvido, o sólo conocidos dentro del límite de nuestras fronteras y, en el mejor de los casos, de las centroamericanas.
Aunque lo anterior es resultado del desinterés de las casas editoras por divulgar y reeditar autores nacionales, también lo es de los mismos autores, que se conforman con ver su libro impreso, creyendo así, salvarse del olvido de las nuevas generaciones, sin darse cuenta de que, si éstas acaso recuerdan el nombre de algún escritor del pasado, seguramente nunca leyeron ni leerán sus obras pues, aunque quisieran leerlas, no las encuentran.
Un caso similar, por haberse alejado de Guatemala durante su largo exilio en Francia, además de estar agotadas las ediciones de sus libros, es el del admirado poeta Manuel José Arce, cuyos poemarios son imposibles de conseguir, al igual que sus obras teatrales, que fueron tan aplaudidas, por su originalidad, dentro del "teatro del absurdo" con su valiente crítica socio-política, como Delito, condena y ejecución de una gallina, que terminaba, cada representación, con el simbólico sangriento sacrificio real de una de éstas. Más difícil aún, es el encontrar sus primeras prosas y versos publicados en diarios y revistas de El Salvador y Guatemala, o en su poemario En el nombre del padre. Varios quedaron en el Diario de Centroamérica, donde él trabajó y fundó junto con el poeta Carlos Zipfeld e integrantes del grupo La Moira el complemento cultural Desvelo, trino y Cimiento; cuando recién venido de El Salvador -por 1954- ya se autollamaba "anciano de veinte años", empadrinado por su literaria "Mamá Claudia, o sea la gran poetisa salvadoreña Claudia Lars.
Todo lo antes dicho, pone en relieve el valor de la edición hecha por la Universidad de San Carlos de Guatemala -en estos finales del 2003- de la obra póstuma de Manuel José: Crónicas del café de los Fantasmas, a cuya portada da color y sabor una artística ilustración de Ramón Banús. Libro que nos trae todo el encanto y perfección de su magnífica prosa de poeta y académico de la lengua, salpicada de la gracia de aquellas otras famosas del Diario de un Escribiente, algunas de las cuales, por fortuna, fueron editadas como libros.
Si bien, toda la poesía y prosa de Manuel José desde una belleza innegable, la prosa de sus Crónicas del Café de los Fantasmas nos llega con el influjo de la mejor prosa poética francesa, que él supo colorear, en algunos relatos, con la chispa popular chapina. París, metido dentro de su corazón, lo volvió parisino y nos hace recordar el estilo de los Poemas en prosa de Baudelaire, en algunas tan hermosas como las dedicadas al Sena, al Otoño que confunde hojas y palomas, a los arcos de París, a las campanadas que embotella, y en especial a la Niké de El Louvre -ideal de belleza amada- como lo declara en estos fragmentos de verdadera poesía en prosa:
Tus brazos no. Ni tu cuello. Ni tus pies. Sólo tu cuerpo inquebrantable, velado. Tus poderosos pechos que se mueven al son de la canción que cantas, de la canción que te impulsa a medida que sale de ti, la canción que te empuja, no como el viento a la vela, sino que se queda atrás, como el chorro caliente de los jets, Y los muslos. Ese muslo victorioso que se adelante en movimiento y triunfo eternos. Ese paso que se inicia en las alas; se continúa en los pechos, se consagra en el beso umbilical del vientre y se realiza en tus piernas, sin tus pies, para prolongarse hasta mí, más allá de mí. Decapitada./// Toda la belleza de una proa que avanza, es sólo tu pedestal absurdo (…) Sólo el tiempo es perfecto. Y tú eres el tiempo.
Algunas prosas de este libro enlazan su tema al de otra, como esta de la Niké, que se continúa con el terrible alucinante relato de Celie -su amante celosa- que se suicida en imposible mutilación, sólo realizable dentro del surrealismo de este fragmento final:
(,,,) todo terminó cuando entré en el apartamento (no entiendo aún como pudo hacerlo), encontré a Celie, de pie sobre la mesa, vestida con una vaporosa clámide griega y en actitud de dar un paso hacia delante, con los pies, los brazos y la cabeza cercenados. Había un papel en el que escribió: "Voici ta Niké"./// Fue una torpe imitación: le faltaban las alas.
Detalle de tan refinada crueldad que evidencia, también, el influjo de Los cantos de Maldoror del Conde de Lautreamont; que -él mismo- muestra conocer bien en el relato, donde hacer entrar al conde y "poeta maldito" al Café de los fantasmas, que se llama así, precisamente, por el juego original en el que Arce nos hace ir de la realidad, a la de sus servicios personajes:
Cuando entró Lautréamont, nadie se dio cuenta. Venía con su hermafrodita. Ambos se pusieron a beber pernod en una esquina silenciosa. En torno a ellos empezaron a formarse cortinajes de telarañas. Un humo caliente poblado de luces de Bengala invadió perezosamente la atmósfera, Sobre la gastadas madera de la mesa, empezaron a crecer hongos venenosos y crisantemos. (…)
Ese magistral manejo de la poesía en prosa lo llena, a veces, de cólera o socarronas burlas y otra, de aquella ternura suya, con la que envuelve objetos, recuerdos y hechos diarios o personas; como en esta prosa, con la temática del amante que contempla a su amada dormida:
(…) Pero viéndote dormir, todas estas leyes transitorias, todos estos requisitos preestablecidos para considerar oficialmente bello lo bello, derogan su rigidez, pierden su acartonamiento y se vuelven vivas confirmaciones de tu perfil, del color y la forma de tus labios, de tu brazo perfecto que se fugó de las sábanas y que está allí, tranquilo, como sin darse cuenta de su inmensa y propia importancia./// (…) Verte dormir. Es un lugar común, pero es como ver el mar en calma, el cielo despejado y la flor reventando(…).
Manuel José, por varios motivos, se autoexilió en Europa y vivió entre sueños, penurias, y trabajos de toda clase, hasta establecerse en Albi, Francia, y convertirse en figura consagrada, al dar su nombre el Teatro de esa ciudad, donde ejerció su labor de director del mismo. Antes, sin embargo, vivió lleno de amor y dicha su tiempo parisino y, por obra de la poesía de su prosa, se convirtió en uno más de los parroquianos de ese "irreal -real" Café de los fantasmas, según cuenta:
(…) Tengo mi mesa aquí. Hace años que vengo a este cafetín. Y aunque ni el patrón ni el cajero, ni las meseras parecen conocerme, este sitio forma parte de mi mundo y de mi vida.
Si embargo ese Café de los fantasmas, que pudiera suponerse fuera cualquier cafetín de París -como yo digo- no es otro que el que está aquí, en nuestras manos, cuando leemos y volvemos a releer este admirable libro. Obra donde mezcla la auténtica poesía de su límpida prosa de Académico de la Lengua, con expresiones populares hasta soeces cuya oportunidad y certeza colocación dentro del texto, lo llenan de la gracia picante que siempre supo poner en sus descripciones o relatos, o bien que las diluye entre la dulce ternura de otras, que borran cualquier aspereza. Este libro por parisino y por cariño, Manuel José, antes de morir, lo dedicó a Tasso Hadidodou.
Antes de terminar, recordemos que, entre la brillante obra de Arce, están sus poemarios: En el nombre del padre, Sonetos de amor para mi esposa, De la posible aurora, Episodios del vagón de carga, El Eternauta, Epigramas eróticos en homenaje a Marcial de Bilbilis,, Cantos de Vida, Palabra alusivas al Acto, y entre sus obras de teatro: Oreste, El garo murió de histeria, Diálogo del gordo el flaco y una rockola, Compermiso, Delito, condena y ejecución de una gallina, Viva Sandino, La última profecía, Aquiles y Quelonio, El coronel de la primavera y otras.
Fuente: www.lahora.com.gt - Suplemento cultural - Semana del 29 de noviembre al 6 de diciembre de 2003
3 Comentarios:
No hay duda Manuel José es uno de los más grandes del siglo XX.
Lo bueno es que es reconocido como tal y sigue vivo dentro de los litaratos del continente como alguien de mucho valor.
Lia Gonzalez
Col. Roma
Mexico, DF
Por Anónimo, 06 octubre, 2005
Es un excelente poeta, lástima que no es tan reconocido como tal. Sus biografías están incompletas por doquier.
Por Anónimo, 14 mayo, 2006
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