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lunes, mayo 01, 2006

Un conductor auténtico

Por José Barnoya

Hace más de un siglo y medio, los obreros agobiados por una injusta jornada laboral de 16 horas decidieron poner fin a ese calvario, y fue por eso que un grupo decidió hacer la propuesta de los Tres Ochos: ocho horas de trabajo, ocho horas de reposo y ocho horas de esparcimiento; propuesta que brincó de Nueva Zelanda a Australia, luego a Londres para luego saltar el charco atlántico y llegar a Filadelfia y Boston. Fue así como hace 119 años -luego de una intensa campaña- los obreros de Maryland, San Luis y Chicago decidieron salir la calle un primero de mayo reclamando justicia y buen trato laboral. Seis muertos y varios heridos fue el resultado de la lucha desigual entre trabajadores por un lado, y rompehuelgas y policías por el otro. Un año más tarde los líderes: Parsons, Spies, Engel y Fischel fueron ahorcados en la prision de Chicago, iniciándose así la conmemoración del Día del Trabajo cada primero de mayo.

Como aquí todo llega tarde y sucede al revés llegó primero en 1878 el reglamento para la protección de los animales, y no fue sino hasta en 1906 que se promulgó la ley para la protección de los obreros. Fue con la alborada de Octubre del 44 que se celebró como Dios manda el Día del Trabajo, cuando un primero de mayo llegó hasta el Templo de Minerva la inmensa figura del Maestro Arévalo para confundirse en un abrazo sincero con los trabajadores que, dos años después recibieron del presidente el Código del Trabajo.

Recuerdo bien el Día del Trabajo de 1954. La algarabía de las bandas de música anunciaba el desfile. Filas de ocho en fondo formadas por obreros con pancartas, campesinos flanqueando carrozas festivas, brazos entrelazados, puños en alto, manos aplaudiendo y voces aclamando. Salió entre la multitud un líder que empezó a hablar con voz pausada y tranquila. Bajo, colocho el pelo, blanca la camisa y azul el pantalón, había dejado por un momento su curul en el congreso para solidarizarse con el pueblo; la misma curul que le servía para presentar mociones justas y no para dormitar; el escritorio en donde guardaba proyectos y propuestas, y no franquicias y doble-sueldos vergonzosos.

Después de hacer en nombre de los trabajadores las peticiones al Gobierno, humilde y honesto, valiente e inclaudicable, después de mitigar el hambre y la sed con un pan con curtido y un vaso de horchata, se integró a la multitud obrera y campesina.

Con la debacle revolucionaria fue de los últimos en buscar asilo. Desde el exilio siguió luchando con tenacidad y valentía por el obrero, el campesino y el maestro con manos limpias, mente clara y voz firme, hasta que un mar embravecido, injusto y desalmado se lo tragó para siempre.
Así terminó su ingente tarea el honesto profesor Víctor Manuel Gutiérrez, el más auténtico conductor y el más cumplido de los maestros.

Fuente:
www.sigloxxi.com

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