.

lunes, septiembre 25, 2006

La izquierda en el entresiglo: Los principios y el realismo político

Por Mario Roberto Morales

Nota introductoria
Un nuevo intento de unidad de las izquierdas dispersas ha surgido en mi país, al cual he adherido suscribiendo su declaración inicial. Una vez más las izquierdas vuelven a luchar para unificarse, entusiasmadas por la ola antineoliberal que recorre América Latina. Mal haría yo en no apoyar este esfuerzo, el cual sin embargo miro con reservas porque, aunque sus promotores afirman que se trata de un proyecto incluyente y no discriminatorio ni sectario, todavía no ofrece un planteo convincente de que estará regido por la democracia interna y no por la cultura exclusivista de cúpulas y roscas de poder que ha caracterizado a la izquierda local y que ha causado sus derrotas tácticas y estratégicas.

En 1997, pocos meses después de la controvertida firma de la paz entre las guerrillas y el gobierno de Guatemala, publiqué el ensayo que el lector verá a continuación. Lo reproduzco ahora como un aporte a la ineludible discusión que debe animar este nuevo esfuerzo unitario, porque creo que sus planteos centrales siguen teniendo la misma vigencia que hace una década. No es mi intención revivir conflictos ya superados, porque éstos no lo están. Ni meter cizaña en supuestas relaciones idílicas que no sólo no existen sino que hay que construir justamente por medio de la discusión abierta de estos asuntos y no mediante su ocultamiento. Espero que el hecho de reproducir esta pieza se tome como lo que quiere ser: como parte de una práctica irrenunciable de cualquier fuerza de izquierda que se precie de serlo: el debate ideológico libre (no a espaldas sino) a la vista del pueblo.

Guatemala, 22 de septiembre del 2006

I En lo global
En el peor y más generalizado de los casos, ser de izquierda hoy día en Guatemala significa permanecer aferrado a una idea vaga y devaluada del paradigma socialista, amparándose en un acto de fe según el cual lo que falló fue el "socialismo real" y no el marxismo, con lo que el esencialismo fundamentalista de izquierda "dota" de "racionalidad" a una religiosidad en bancarrota, ya que semejante concepción del marxismo como verbo infalible, sólo expresa una vía de escape de corte católico a la crisis conceptual de la izquierda. En el mejor de los casos, ser de izquierda significa buscar, en medio de insoportables sentimientos de culpa, una posición de principios que no colisione con el realismo político que la coyuntura impone, el cual empuja a plantear cualquier proyecto de izquierda dentro de las coordenadas de la democracia representativa, la economía de libre mercado, la globalización y, en lo cultural, la posmodernidad.

Ninguno de estos dos extremos sirve para replantear a la izquierda como una fuerza política que luche por el poder y llegue a tomarlo en el siglo XXI. El mejor de los casos debe realizar su búsqueda sin las trabas del principismo izquierdista, que sólo sirvió como medida disciplinaria verticalista y como terrorismo ideológico de las cúpulas, buscando articular un nuevo conjunto de principios éticos que sustituyan la doble "moral revolucionaria" de antaño, en cuyo nombre se cometieron atrocidades que no se diferencian de las cometidas por la derecha.

Esta búsqueda tiene que ver con redefinir al sujeto social de la izquierda.

En efecto, hay que comprender y aceptar que ya no es la clase obrera ni su alianza con el campesinado el sujeto del cambio histórico y el agente de la utopía del bienestar colectivo. Ahora, el sujeto del cambio transgrede el límite de las clases sociales y se desparrama vertical y horizontalmente a toda la sociedad, según los movimientos de la globalización. Los grupos marginados, los "nuevos movimientos sociales", las reivindicaciones de género, étnicas y ecológicas, entre otras, plantean un sujeto social del cambio diferente del exclusivamente clasista y, de paso, replantean el criterio clasista como eje de las explicaciones y de las acciones de la izquierda. En tal sentido, definir el sujeto del cambio histórico como un sujeto transclasista y transétnico, implica replantear la estrategia de la lucha de clases en sentido clásico y sustituirla por una estrategia remitida a los sujetos marginados de los beneficios de la centralidad hegemónica y dominante, lo cual no coincide matemáticamente con la división clasista.

La izquierda se plantea actualmente, por necesidad táctica, como una fuerza política reformista, en la línea de los "nuevos movimientos sociales." Su proceso de lucha por reformas será el campo de entrenamiento que le permitirá articular una estrategia y una teoría del cambio radical, si es que persiste en su vocación utópica. Lo cierto es que en la actualidad la izquierda no puede darse el lujo de inventar y mucho menos representar un proyecto político global, de reivindicaciones universales que propugnen por la instauración de un régimen universal. En ese sentido, el corazón de la vieja izquierda ha sido removido de su cuerpo, y hay necesidad de implantarle otro, que pueda marchar al paso de los acontecimientos del entresiglo.

Si la izquierda se replantea dentro (y no fuera) del marco de la democracia representativa y la economía de libre mercado, automáticamente se propone a sí misma como un adversario de la derecha que juega a la política en el terreno de su oponente. En tal sentido, el asunto de la política de alianzas emerge urgente, así como el de la unidad de la propia izquierda ante el panorama de tener a la derecha no como enemigo irreconciliable sino como contrapartida del juego democrático en la mantención por consenso del estado de derecho.

Esto lleva a la necesidad que tiene la izquierda de repensar su concepción del Estado y de las funciones que le corresponden, no tanto por la ola triunfalista neoliberal y antiestatalista (que ya languidece como experiencia histórica) cuanto por la oferta política de ejercicio de poder que la izquierda tendrá que hacer a su sujeto social, el cual --no lo olvidemos-- es transclasista, por lo que la propuesta de Estado no deberá excluir a un sujeto social para entronizar a otro sino tendrá que proponerse (el Estado) como el administrador ecuánime de la riqueza social y como socio de la riqueza privada.

En el plano internacional, la izquierda tendrá que rediseñar su estrategia de fomento de la soberanía nacional, teniendo en cuenta que el principal socio global con el que tendrá que trabajar en condiciones de desventaja es Estados Unidos y, en menor medida, con los bloques europeo y asiático. En tal sentido, la izquierda deberá pronunciarse por la modernización según el léxico económico y cultural de la globalización, exigiendo un margen de autonomía que le permita negociar esa modernización con los mayores niveles posibles de dignidad nacional (en vista de que la desnacionalización es tendencialmente la ruta de la globalización). Por ello, la izquierda debe entender que la modernización neoliberal es conservadora porque es excluyente, y deberá luchar por una modernización reformista; es decir, incluyente y democratizante, incorporando a su sujeto social marginado dentro de una programa globalizador que lo beneficie. En una palabra, la izquierda deberá luchar por un reformismo radical. Un reformismo que vaya a la raíz de los problemas nacionales y que de raíz los solucione. En tal sentido, el carácter de la democracia de izquierda deberá ser igualmente radical, tanto en lo interno organizativo como en lo externo operativo.

Para realizar todo esto, la izquierda tiene que empezar por reconocer que no tiene proyecto político socialista alguno; que no acaba de entender y aceptar todavía la situación mundial generada por el colapso del bloque socialista; que consecuentemente sufre una profunda confusión teórica y moral; que se halla financiada por la cooperación internacional y, en tal sentido, es una fuerza política francamente comprada y puesta a funcionar por su enemigo para que el juego democrático pueda caminar; y que necesita renovar sus cuadros porque los que protagonizaron la guerra fría ya no le dan la talla a los acontecimientos contemporáneos; es más, la vejez de los cuadros es una de las fuentes de la crisis interna de las izquierdas.. A partir de aquí, podemos hablar con un poco de detenimiento de la izquierda local.


II En lo local
En el caso de Guatemala, donde la izquierda mantuvo desde 1982 (año de su derrota) una guerra falsa en complicidad con el Ejército, para después renunciar al proyecto revolucionario mediante la firma de los acuerdos de paz con el gobierno, el asunto del futuro de esta fuerza política es particularmente negro. Efectivamente, los contenidos de los acuerdos de paz refuerzan la vieja estructura de tenencia de la tierra y, en otro plano, expresan reformas evidentemente necesarias pero que formarían parte de cualquier programa de gobierno medianamente modernizador y en tal sentido no son para nada "revolucionarias". El futuro de esta fuerza política se presenta negro no sólo porque la unidad de la URNG siempre haya implicado la competencia desleal entre sus dirigentes, sino porque firma la paz y se convierte en partido político en medio de una profunda crisis de credibilidad moral debido a la negación que hiciera de su militante "Mincho", el cual fuera torturado hasta la muerte por miembros del Ejército mientras se negociaba el canje de "Isaías", quien comandara el secuestro de Olga de Novella, ya cuando el cese de hostilidades había sido acordado. Este escándalo reveló no sólo que la URNG tenía entendidos y pactos con el Ejército desde antes de la firma de los acuerdos de paz, sino que la serie de tres secuestros planificados por aquélla para asegurar el retiro de sus dirigentes (el que falló fue el de la ORPA con la señora Novella) se hacían con el conocimiento de los militares.

Esto provocó la crisis de credibilidad de la URNG en sus propias bases. Y, claro, provocó una crisis de credibilidad en el proceso mismo de paz y en el gobierno del PAN, ya que el encubrimiento del asesinato de "Mincho" se realizó por parte de las dos partes negociadoras, a fin de que los financiamientos internacionales siguieran fluyendo para el proceso de paz, en vista de que fue alrededor de esos financiamientos que el pacto URNG-PAN fue cerrado para protagonizar ambos el futuro político inmediato de Guatemala por medio de la conformación de un gran partido con tendencias de izquierda, centro y derecha en su seno. Lo que hace grave todo esto es que estas prácticas políticas constituyen la regla y no la excepción en la historia de la URNG.

Esta circunstancia es necesaria de delinearse para ubicar en ella la confusión actual de la izquierda, que no es la de los dirigentes de la URNG, por supuesto, los cuales están perfectamente alineados con el gobierno en torno a la recepción de los financiamientos internacionales. Pero sí es la de los grupos de izquierda que han surgido como alternativas a la URNG. En tal sentido, se discute en el seno de estos grupos la conveniencia de la unidad a toda costa de la izquierda, toda vez que la credibilidad del estado de derecho depende del esclarecimiento del affaire "Mincho".

Sin duda, el pecado original de la izquierda alternativa que surge a pesar de la URNG es, justamente, que sus miembros han pertenecido casi sin excepción a ella y, por eso, acusan todos los conflictos derivados del choque entre principismo de izquierda y realismo político de izquierda; además de padecer de izquierdismo (la enfermedad infantil del comunismo, que decía Lenin) y de la endémica ceguera para entender la coyuntura nacional y mundial. De ahí el "rechazo" de muchos de ellos al proceso mundial de globalización y a la emergencia e importancia de los "nuevos movimientos sociales" y sus reivindicaciones de género, étnicas, sexuales, ecológicas, etc. Es muy probable que todos los grupos de izquierda confluyan en una gran unidad, porque el mito unitario puebla el imaginario mecanicista de la mentalidad izquierdista, la cual, para el efecto, seguramente echará tierra sobre el sepulcro abierto de "Mincho". En tal caso, una izquierda unida bajo el autoritarismo de una URNG con pactos neutralizantes con la derecha y el Ejército nacerá enferma de muerte. Por el contrario, una izquierda unida sin la URNG nacerá con credibilidad moral. En cualquiera de los dos casos, la izquierda deberá realizar las tareas siguientes:

a). La articulación de una posición ideológica y de principios que evalúe el nivel de flexibilidad que deba existir entre el coyunturalismo político y los principios de izquierda y que se pronuncie sobre asuntos como la lucha de clases, la confrontación étnica, y la contienda electoral. En este sentido, la izquierda debe redefinir su concepto de "pueblo", ampliándolo más allá de la tradicional alianza obrero-campesina hacia conglomerados "informales" que juegan un papel decisivo en la economía del país. De esta manera, puede ser capaz de plantear un "interés nacional" que desemboque en un frente político que diseñe un proyecto nacional-popular que articule al país étnica y clasistamente como un país moderno e inserto de la mejor manera posible en la globalización. De aquí en adelante puede lanzarse a la contienda electoral.

b). Como parte del asunto de la contienda electoral, esta posición ideológica deberá buscar establecer criterios y principios para definir asuntos como la negociación con la derecha y la política de alianzas, así como los términos de la unidad de las izquierdas. En este sentido, la política de alianzas con la derecha debe tener como límite precisamente el interés popular frente al interés de las elites. Si es que la izquierda se une incluyendo a la URNG, el problema surge cuando recordamos que ésta se encuentra enferma de muerte por su pacto de alineamiento con la derecha y el Ejército. Por eso, la izquierda alternativa debe prepararse para protagonizar el proyecto nacional-popular sin la URNG. La unidad a toda costa de la izquierda es, de nuevo, puro principismo que anula el realismo político, el cual debe priorizar la credibilidad política y moral de la izquierda, si es que ésta quiere de veras tomar y ejercer el poder, y no simplemente mantenerse en la eterna trinchera de lucha en contra de él.

c). Asimismo, la izquierda deberá definir una línea política de masas. Esto implica organizarlas en donde no exista su organización, y movilizarlas en donde la organización ya exista, siempre bajo un criterio amplio de "pueblo" y de sujeto social del cambio. Es en este espacio en el que caben todos los "nuevos movimientos sociales".

d). La izquierda deberá también abrir un espacio para la actividad intelectual, académica y artística. Esto, porque es notoria la ausencia de cuadros intelectuales capaces de diseñar una estrategia de izquierda organizada en las filas de la URNG y también en las de la izquierda alternativa. Esto se debe al menosprecio que la dirigencia militarista de la izquierda profesó hacia los intelectuales desde sus orígenes marcados por el militarismo de derecha y el burocratismo estalinista. En cuanto a los artistas, ellos han creado la cultura de la revolución que caracteriza las mejores manifestaciones estéticas de las últimas tres décadas, y las dirigencias de izquierda ni siquiera lo saben, y mucho menos lo valoran. La izquierda debe apropiarse de la cultura de la revolución, promocionarla y difundirla como parte importante del imaginario colectivo nacional y como parte de una ideología nacional-popular que sea fuente de orgullo histórico.

e). Finalmente, el ámbito de acción de la izquierda no puede rebasar los ámbitos de la economía de mercado, la democracia representativa, el estado de derecho, y la globalización posmoderna. En tal sentido, la izquierda solamente puede ser reformista, democrática, popular y pluralista. El socialismo como dictadura del proletariado dejó de existir como estrategia, y debe dejar de existir como sueño secreto de las mentalidades izquierdistas (enfermas de infantilismo comunista). En tal sentido, debe rebasar el espacio de las organizaciones populares tradicionales para lanzarse a otros ámbitos de lo popular. El peligro siempre presente en este trabajo es la corrupción derivada del flujo de financiamientos internacionales. Aquí, de nuevo, la URNG tiene el pecado original de haber sido comprada por la derecha con esos dineros, por lo que, otra vez, la unidad a toda costa queda en entredicho. Cabe aquí también señalar que la izquierda alternativa debe establecer una política de criterios para la tramitación, aceptación y uso de los recursos de la cooperación internacional.

La credibilidad de la izquierda misma como fuerza política representativa de los intereses de las mayorías está en juego y la misma depende de los criterios que se esgriman para realizar la necesaria unidad de izquierda. Es mi opinión muy personal que las izquierdas alternativas deberían unirse no con, sino frente a la URNG, ya que ésta debería desaparecer en razón de haber renunciado al proyecto político de izquierda con los contenidos de los acuerdos de paz, y pasar a formar parte de la derecha abiertamente. Si no, la izquierda se convertirá en un mero requisito formal para que la derecha pueda navegar con la bandera de que aquí existe la democracia porque existe una "oposición". El reto de la vigencia de la izquierda es, hoy por hoy, moral. Y más que nunca la voz de Gramsci pesa sobre nosotros cuando nos recuerda una vez más que: "Sólo la verdad es revolucionaria".

Hay que reconocer también que la izquierda guatemalteca es una izquierda vieja, que no tiene juventudes, entre otras cosas, porque la estructura familiar y las escuelas de cuadros no fue precisamente algo que la izquierda cuidase durante su lucha. Las juventudes no reprodujeron el proyecto de izquierda sino que éste permaneció siendo una idea de viejos con la que los jóvenes no se identificaron. En tal sentido, la derecha tiene una inmensa ventaja sobre la izquierda, ya que el proyecto de derecha tiene una potente batería juvenil que cree en él. La izquierda debe abocarse urgentemente a un proyecto de formación de cuadros nuevos, a los cuales, por supuesto, debe ofrecerles un programa político coherente, atractivo y realista, así como espacios de trabajo y ascenso democrático. La juventud, hoy por hoy, no cree en el centralismo ni en el verticalismo, sino en la participación para el ascenso individual.

A continuación ofrezco un prontuario de diez puntos acerca del futuro de la izquierda en Guatemala, los cuales pueden servir como elementos de discusión para ir ordenando el debate de la izquierda en la actual coyuntura.



III Decálogo para ordenar la dispersión de las izquierdas
1. El ejército derrotó militarmente a la URNG en 1982. De esa fecha hasta el 29 de diciembre de 1996, el "conflicto armado interno" fue un juego de fingimiento de las partes, debido a que a ambas convenía un estado de guerra en el país: al ejército, para mantener su control sobre las instituciones políticas, y a la URNG para justificar los apoyos internacionales que recibe.

2. Con la firma de los acuerdos de paz (1996), la URNG claudicó ideológica y moralmente ante los sectores tradicionales de poder; es decir, las derechas, los terratenientes y el mismo ejército, ya que los contenidos de los acuerdos constituyen una ratificación del status quo. Este hecho decepcionó a buena parte de su militancia y simpatizantes.

3. Con el asunto de "Isaías" y "Mincho" se hizo público por primera vez un procedimiento común dentro de la URNG: la eliminación de la propia gente que ha dejado de ser útil a la cúpula de poder. Al desconocer a "Mincho" y encubrir su asesinato, en contubernio con el PAN y el Ejército, la URNG se desenmascaró como una elite dirigencial que cerró filas con su enemigo y traicionó a su militancia y a los ideales de la revolución que pregonó liderar. Y al descubrirse que las FAR, el EGP y la ORPA realizaban secuestros para asegurarse la jubilación de sus dirigencias mientras negociaban la paz y se comprometían a no realizar "actos de guerra", la URNG perdió credibilidad ante la comunidad internacional. Además, ante el descalabro de la ORPA, las FAR y el EGP han ocupado violentamente ese espacio vacío y han surgido "disidentes oficiales" que exigen el esclarecimiento del affair "Mincho", entre otras medidas tendentes a hacer leña del árbol caído y evitar que Rodrigo Asturias pueda levantarse después de este golpe certero.

Tanto los contenidos de los acuerdos de paz como el asunto "Mincho" le quitaron toda posible credibilidad al proceso de paz, ya que el pueblo vio ambos hechos como la expresión de que en Guatemala las elites de poder siguen instrumentalizando a las masas en su provecho, y así la institucionalidad democrática no logra fortalecerse. La restitución de la credibilidad del proceso de paz pasa, antes que nada, por el esclarecimiento total del asunto "Mincho" y por la deducción de responsabilidades penales de todos los involucrados en él.

4. Ante la bancarrota moral de la URNG, los grupos de la izquierda dispersa que empiezan a organizarse, enarbolan la bandera del esclarecimiento del asunto "Mincho". En este sentido, es ingenuo proponer la unidad de la izquierda a toda costa, haciendo del asunto "Mincho" un sepulcro blanqueado. Ninguna fuerza de izquierda que se plantee a sí misma como alternativa a la izquierda oficial aliada con la derecha, puede aceptar alianzas con la URNG mientras no se esclarezca el asunto "Mincho".

5. En vista de que lo más probable es que el asunto "Mincho" quede impune, los grupos de izquierda alternativa deberán buscar la unidad entre sí para enfrentarse a la URNG mediante una campaña de exigencia del esclarecimiento del asunto "Mincho", si es que quieren de verdad resucitar una alternativa política de izquierda unida, con credibilidad moral.

6. Siempre en la línea de restitución de la moral revolucionaria, la izquierda alternativa deberá atacar la pretensión de la URNG de apoderarse de la USAC para hacer de ella un semillero de militantes, una plataforma económica y de propaganda para su partido político y, de nuevo, un centro de indoctrinamiento fanático de la demagogia izquierdoide de sus dirigentes. La USAC necesita una reforma académica y administrativa para seguir siendo una universidad popular con calidad académica. Convertirla de nuevo en espacio de militancias políticas significa enterrarla como academia.

7. La izquierda alternativa deberá diseñar su plataforma de lucha y de principios dentro de las coordenadas de una sociedad regida por la libre empresa y la democracia burguesa, sin aliarse con organizaciones populares corruptas, y normando la aceptación de fondos internacionales para financiar proyectos de "nuevos movimientos sociales", a los cuales deberá tratar de cooptar según el eje ideológico de democratizar el poder por la vía de su descentralización, aplicando siempre el criterio de la incorruptibilidad tanto para la formación y acción de "nuevos movimientos sociales" como para la aceptación de financiamientos internacionales.

8. En tal sentido, la izquierda alternativa debe, además de echar a andar una agresiva política de unidad con las fuerzas de izquierda no urrenegistas, practicar una audaz política de alianzas en la que el principismo izquierdista no se constituya en un freno paralizante para compartir cuotas de poder con las derechas, recordando siempre que el esclarecimiento del asunto "Mincho" es la condición sine qua non para restituirle a la izquierda su credibilidad moral y su representatividad popular. Si se cede en este asunto, se cede ante la impunidad y la corrupción y se descalifica a la izquierda alternativa.

9. La izquierda alternativa deberá diseñar y practicar una línea de masas que le permita organizar en donde no haya organización e influir en donde ésta ya exista; y también diseñar y practicar una línea política para integrar y hacer trabajar orgánicamente a los intelectuales y artistas identificados con la utopía según la cual el bienestar colectivo es una meta posible y deseable de alcanzar por parte de la única fuerza política que se la plantea como objetivo estratégico: la izquierda moralmente renovada, la izquierda alternativa.

10. La izquierda necesita desesperadamente rejuvenecerse. La derecha, al mantener vivo el mito de la familia y la monogamia como unidad moral, consiguió (no renovar su doble moral, por supuesto, pero sí), por la vía de la represión y la hipocresía, renovar sus cuadros y dotar a su proyecto de una fuerte batería de yupies que actualmente se encargan de los negocios de papá, incluyendo los negocios de la política. La izquierda, con su a-moralismo de pose revolucionaria, dio al traste con la familia, la pareja, la lealtad y la fidelidad y, consecuentemente, los hijos de los izquierdistas son ahora de derecha porque sencillamente no quieren que les pase lo que a sus padres: exilio, persecución, promiscuidad, caída de valores y corrupción. La izquierda es una agrupación de viejos en los que la inercia ideológica de la guerra fría (el estalinismo) es una enfermedad incurable. En tal sentido, la pregunta sobre ¿quién formará a los nuevos cuadros de la izquierda en una cultura política de principios?, se impone pertinazmente. No hay respuesta inmediata. Por todo, una pregunta inquietante aflora con implacabilidad para cerrar estas líneas:

¿No será que la izquierda está condenada a la marginalidad política y a la lucha contra el poder y no por el poder y mucho menos desde el poder? ¿No será que para que la izquierda pueda a aspirar a ser algo más que un "canasto de cangrejos" en el que todos impiden que alguno salga del canasto, debe haber un borrón y cuenta nueva? ¿O es posible una continuidad de la izquierda como resultado de salir fortalecida de su crisis mediante la autocrítica y el replanteamiento radical? Esta es la situación y la disyuntiva. La resurrección de la izquierda depende de empezar por admitir su crisis, porque sólo así puede empezar a crecer moral y políticamente.


Nota final
He escrito estas líneas en medio de las controversias provocadas por el asunto "Mincho", por la conformación de la URNG como partido político, y por el surgimiento de nuevos grupos de izquierda constituidos por viejos militantes. No he querido hacer un ensayo académico sobre el futuro de la izquierda sino más bien un ensayo ideológico sobre la unidad de las izquierdas locales en el vértice del choque entre los principios de izquierda y el realismo político. He corrido el riesgo de pecar de coyunturalista, pero lo he preferido al de pecar de programático y mecanicista porque creo que resulta más fructífero --para contribuir a un debate como el que nos ocupa-- caer víctima de la inmediatez sincera que ejercer concientemente la mediatez demagógica, a la que hemos sido tan afectos todos los que hemos tenido una militancia de izquierda. Sólo espero que algunas de las ideas aquí expuestas puedan servir de algo a las nuevas generaciones de políticos comprometidos con la causa del bienestar colectivo. Me refiero a los jóvenes dispuestos a no negociar nunca su bienestar individual en nombre del pueblo y a no formar parte del elitismo privilegiado ya sea este de izquierda o de derecha.

Guatemala, junio de 1997

lunes, septiembre 18, 2006

Otra Guatemla es posible... ya lo creo que si

Por Mario Palomo
Los resultados más latentes de haber llevado a sus últimas consecuencias la reestructuración económica y política neoliberal, tanto en el primer mundo como en los terceros y cuartos, se expresan en haber engendrado tipos de sociedades en las que las clases capitalistas han devenido en prácticas monopólicas y oligárquicas, las cuales sin duda les han permitido alcanzar niveles insospechados de productividad y acumulación de capital en manos privadas (eso está fuera de duda) pero que no se han traducido, ni medianamente (como lo ha venido prediciendo las izquierdas en todo el mundo durante los últimos veinte años, a contrapelo de la insultante “teoría del derrame”), en la inclusión de las mayorías en la producción y el consumo, y en consecuencia tampoco en un bienestar para las sociedades que adoptaron dicho modelo.

El malestar social generalizado en la región, y no digamos en Guatemala, no ha tardado en desmentir la tónica neoliberal que pretende hablar en nombre del “hombre común contra el gran Estado”, tónica desde la que por perversa metonimia, las oligarquías con el apoyo de un menudo equipo de porristas mediáticos ligados a las cámaras de comercio e industria, quienes siguiendo el recetario práctico-ideológico despachado por las tecnocracias del Banco mundial y el FMI han elaborado una suerte de populismo de mercado (populismo en el sentido más demagógico posible), desde el cual le han atribuido a la agenda oligárquica y corporativa transnacional las virtudes de “superar” la lógica de la democracia mediante la reducción de gastos sociales del Estado, la privatización y consiguiente transnacionalización de los sectores básicos de la soberanía nacional, la flexibilización del mercado laboral (lo cual no es otra cosa que crear el ambiente propicio de hostilidad laboral donde el trabajador se resigne a trabajar por lo que la patronal diga y bajo las condiciones que le sean impuestas), y la reducción del Estado a oficina gerencial y gendarmería dispuesta a acatar el Estado de Derecho (reducido al resguardo de la propiedad privada en un orden social donde poco menos de tres cuartas partes de la sociedad carecen de la misma) exclusivamente para mantener la chusma a raya. Basta con ver los informes recientes del Banco Mundial para confirmar la lógica descrita arriba (informes que no son necesariamente los de la academia de ciencias de la URSS).

Como guinda, todo ello está barnizado con la retórica de “pequeños y medianos empresarios” de la época de Adam Smith y en nombre del “hombre común” (!), escamoteando con ello el hecho que la creciente polarización de la sociedad entre ricos y miserables ha sido posible, entre otras cosas, gracias a la desregulación tributaria de las grandes corporaciones transnacionales y los monopolios locales que han hecho históricamente rutina de la evasión fiscal y de los subsidios obligación estatal, so pretexto lastimero de “crear condiciones favorables para la inversión”; subsidios que adivinen quiénes pagan: los mismos pequeños y medianos empresarios y demás clases populares –las que pululan entre el trabajo por contrato, el desempleo y el subempleo- a quienes dicen “representar”.

Cierta es, sin duda, la necesidad señalada por los neoliberales de depurar el Estado de todos los elementos corruptos que en el hay, lo que no es cierto es que esa sea “la raíz de los problemas de inequidad en la sociedad”. Tal argumento busca endosarle a la prácticas corruptas del poder -creadas por los mismos intereses oligarquicos aunque sean otros quienes las representan- la lógica profundamente excluyente del mercado acaparado por ellos.

Conviene no olvidar que el ejercicio político desde 1954, en mayor o menor medida ha estado restringido a hacer de los derechos de la ciudadanía favores de las oligarquías (al igual que hoy), las que hoy más alto gritan en contra del monstruo creado por y para ellas (lo mismo que las bandas paramilitares patrocinadas por el gran capital, que después de la firma de la paz se han dado a la tarea de aterrorizar a sus antiguos mecenas).

La receta política que reduce a la democracia a la elección de cualquier presidente inocuo que pertenezca a algún partido de derecha entre un sinnúmero de partidos de la misma denominación (aunque se digan de “izquierda”), pero con diferente slogan, y el consecuente ascenso de las camarillas de ministros no electos, quienes toman las decisiones verdaderamente importantes del país y lo hacen a puerta cerrada y sin consultar a la sociedad, los cuales están ahí por ser hombres y mujeres de confianza de la iniciativa privada (como la insolente ministra de educación), de las corporaciones transnacionales, del Banco Mundial y el FMI, incita a sospechar que la medicina no provendrá de quienes crearon la enfermedad.

Sin embargo, no hay nunca una cara sin su contracara, por lo que no es de extrañar que en una mayoría de países latinoamericanos dicho proyecto ya haya fracasado de manera rotunda, dando lugar a que las respectivas sociedades intervengan (con puebladas y demás desbordes de la voluntad popular) como parte demandante y ordenadora en los procesos y reacomodos de su lugar y su tiempo, encarando al Estado y a las elites económicas para crear los consensos necesarios a través de los cuales se logren estructurar proyectos económicos y políticos de país que antepongan a los intereses sectoriales un “interés nacional”, deliberando y legitimando, en adelante, todas las decisiones desde lo popular en tanto horizonte incluyente elaborado por las mayorías.

En esta breve latitud varías son las propuestas que desde hace tiempo se han esbozado y que los distintos sectores interesados en que las cosas sigan como están, olímpicamente han fingido hacer como si no estuvieran. Tal es el caso del proyecto de democratización intercultural e interétnica (es decir, que trasciende la lógica desmovilizante del multiculturalismo políticamente correcto de la cooperación internacional puesto en escena por el oenegismo y su consecuente cooptación de los movimientos sociales críticos) construido por Mario Roberto Morales, el cual está movido por una lógica contra-hegemónica de democracia radical, la cual no desentona en absoluto con el proyecto Nacional-Popular que yo he venido esbozando en ésta columna durante ya hace más de un mes.

Ambos proyectos no son planteamientos acabados sobre la problemática. Más bien se ofrecen como preguntas que buscan complementarse en la necesidad de un esfuerzo colectivo para hacerle frente al proyecto neoliberal defendido a capa y espada por nuestras flamantes oligarquías y sus adocenados cuadros de oficiosos tecnócratas y recaderos mediáticos de clase media; para construir a partir de una lógica democrática radical un “interés nacional” interétnico, intercultural e interclasista, con un horizonte ético que solo pueda suponer la dignidad de todos, y en esa medida ser capaces de contribuir en romper con la lógica excluyente que pone a la sociedad al servicio de los dueños del mercado, para poner al mercado al servicio de la sociedad.

Por eso saludamos con entusiasmo la invitación del FPSI (frente político social de izquierda) y su esfuerzo por querer articular la diversidad del disenso mediante “una alianza que desarrolle un programa político y que tienda a crecer y sumar las voluntades de cambio” mas allá del electoralismo, esperando que sea el cauce a través del cual, de una vez por todas, podamos reconstituir todos los afectos necesarios entre quienes luchamos por las mismas causas de dignidad y justicia, causas que, como ellos dicen y nosotros sentimos, son irrenunciables. No hay que tragarse el cuento de que el presente es una maldición de la impotencia. Otra Guatemala es posible; ya lo creo que si.

lunes, septiembre 04, 2006

De urgencia nacional

Por Rosa Tock
El clima político que se vive en el país es preocupante. Por un lado, una campaña política iniciada sin el banderazo de salida oficial, con lo cual se desvirtúa anticipadamente el proceso electoral y se quebrantan cada vez más los escasos marcos legales que todavía se habían librado del escrutinio y la desconfianza de la ciudadanía. A estas alturas de la democracia, se esperaría que las instituciones y sobre todo el sistema político guatemalteco hubiera madurado, sobre todo con la apertura política iniciada después de la firma de la paz en 1996 que abrió espacios para una competencia más diversa, tanto a nivel ideológico como sectorial. Sin embargo, la democracia a la guatemalteca deja entrever varios aspectos estructurales que no han sido del todo encarados a pesar de las múltiples propuestas, mesas de dialogo, y distintas versiones de agendas compartidas que en cada nueva etapa electoral, se repiten sin acciones ni compromisos concretos por parte de los dirigentes políticos nacionales.

Por otro lado, un liderazgo nacional que brilla por su ausencia. Nada más se observa una serie de posicionamientos y sondeos para medir expectativas de favoritismo, pero se carece de articulación alguna de bases partidarias sobre programas y una visión de país concretas. Muchas visiones, sí, pero desarticuladas. Desde la frívola Guateamala, pasando por los grupos promotores de diálogo de la elite económica guatemalteca, hasta las fallidas mesas de diálogo para definir políticas de trascendencia. Sin embargo, las carencias que adolecen los guatemaltecos y guatemaltecas, así como la inseguridad económica, física y mental que derivan del modelo de desarrollo imperante, han creado múltiples frentes de discordia que el actual gobierno, con ínfulas de tecnócrata, no ha podido predecir, analizar, y responder a tiempo para dar respuestas concretas y sostenidas a largo plazo. Sin duda alguna, habrán algunos proyectos y programas que apuntan a la reducción de una serie de problemáticas que van desde la pobreza hasta el hambre. Sin embargo, el último informe sobre los esfuerzos de Guatemala por alcanzar las metas del milenio arroja cifras estremecedoras que apuntan a que la pobreza no se reduce de la noche a la mañana, por muchas Guateamalas juntas.

Ante este panorama, al cual hay que agregar efectos colaterales de otra índole -calentamiento global, escasez de agua, aumento de los precios del petróleo y por consiguiente de la canasta básica, y un largo etcétera- el país sigue con hambre de liderazgos. La perversión del sistema político guatemalteco es tal que, aunado a los cambios de época en donde el mercado parece ser el rector de la vida pública, no se vislumbran candidatas o candidatos en los susodichos partidos político que posean el principal atributo digno de un/a político/a con mayúscula. No hay uno solo que llame a la unidad nacional y se presente como un negociador capaz que entienda la envergadura de los problemas y asuma compromisos de cambio. No hay uno solo que presente un equipo consolidado que sepa manejar y negociar las diferencias locales, regionales e internacionales; los contrastes urbanos y rurales, las distintas identidades sociales y geográficas, las desigualdades e injusticias.

Pareciera, sin embargo, que hay un liderazgo joven emergente que pudiera llegar a crear la diferencia, pero me temo que muchos no creen en la democracia como tal. Obviamente hay personas muy capaces en todos los sectores de la vida nacional, pero es evidente que subsiste la creencia de las elites del país –sean éstas de derecha o izquierda- de que un sistema de poder vertical y exclusivo, es la mejor manera de gobernar a un pueblo inculto y que nunca parece estar preparado para el cambio. Es la visión mesiánica de muchos lideres de la vieja guardia, y lamentablemente de la nueva generación que debido al inoperante y fallido sistema de partidos políticos que vive del financiamiento privado no controlado ni sujeto a regulaciones, dicta sus condiciones, dejando poco margen para la democracia y la participación dentro de los mismos partidos políticos.

Como se ha indicado hasta la saciedad, se necesita un refundamento de las instituciones, un re-pensamiento de la agenda política y económica y social que garantice la paz social, un esfuerzo descomunal que permita la articulación de tantos esfuerzos que ya existen pero siguen dispersos. Es un llamado de emergencia nacional, pero nadie parece verlo así, todos preocupados por sobrevivir, no ser asaltados, regresar con vida a casa, o seguirla pasando.

O quizás nos hemos resignado ya a no gobernar ni tratar de ejercer el poder, sino a seguir los dictados de sectores económicos pudientes, de las agendas internacionales o de los poderes paralelos. Tal parece que somos los mismos espectadores impávidos y pasivos, con la misma trama patética de política nacional, con algunos viejos actores reciclados, y nuevas marionetas más exóticas y crujientes. De seguir así, el desenlace de este show dentro de cinco años no será sorprendente.

www.albedrio.org