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lunes, julio 24, 2006

Porqué criticar el desprestigio del Estado

Por Mario Palomo

Desprestigiar al Estado como ente rector de las relaciones sociales se ha convertido, junto con el desprecio a la totalidad de lo político, en el caballito de batalla de las oligarquías aglutinadas en las cámaras de comercio e industria, en las universidades privadas y en los lobbys de la embajada gringa y de la cooperación internacional, así como de sus recaderos neoliberales de clase media, -de quienes sospecho, en el fondo ansían escalar socialmente administrándole la cosa pública a sus empleadores con el mismo arrojo autoritario con el que lo han hecho otros asalariados de las oligarquías, desde el mico, pasando por Lucas hasta el conejo (sin olvidar el animalero militar intermedio que ha servido de clase dirigente ahí donde la oligarquía sólo ha sabido ser clase dominante).

El cinismo en ello reside en que, son los mismos grupos de poder que han exprimido históricamente al Estado, y que se han encargado de moldear lo político a tono con sus intereses en materia de hegemonía económica, -convirtiendo los derechos de la ciudadanía en favores del poder (como el sutil proceso de privatización de la educación pública, por ejemplo)- quienes hoy más alto gritan en contra del mismo, declarándolo simple y sencillamente, inservible.

Ellos, que han creado al enfermo, ahora nos quieren vender le hospital: las oligarquías cafetaleras, azucareras, algodoneras, industriales y financieras, quienes se garantizaron con la represión y la violencia estatal la continuidad de su dominio sobre la sociedad –y quienes son los verdaderos campeones locales de la guerra sucia-, ahora desean entrar a escena glorificando los milagros del dinero libre; sacrificando en los altares del mercado, vía la privatización, todos los productos democráticos y de soberanía nacional sostenidos o ganados a pulso, muchas veces contra la dictadura abierta, por las luchas sociales, esto es, las comunicaciones, la energía, los recursos naturales -que se venden “por falta de recursos”-, la educación, los hospitales, la seguridad social, etc.

¿Por qué no privatizar también al Ejército, puesto que ha sido y es, en potencia, el sector que con mayor eficiencia ha servido al interés oligárquico (masacrando aldeas, matando niños y violando mujeres, so excusa de “enemigos internos”), es decir, porqué seguir manteniendo con los impuestos de la ciudadanía, el garrote del que se vale el poder para despejar las vacilaciones y las dudas de aquellos inconformes con el sistema?

La respuesta es sencilla: porque la impunidad de los verdaderos beneficiarios del terror exige que lo que pueda quedar de mediaciones democráticas de éste vilipendiado Estado despejen el paso al Estado Juez y Gendarme. Juez vulnerable al soborno y la amenaza, y Gendarme como implacable azote de la pobrería que hace al país.

De otra cuenta, parte del desprestigio del Estado va de la mano con el proceso que ha inducido el neoliberalismo de endosarle sus responsabilidades (las del Estado) a la ciudadanía, poniendo al público al servicio de lo que debería ser el servicio público, creando con ello el vacío por donde es más factible sustituir el poder de decisión del Estado al avorazamiento de la iniciativa privada, o en su lugar, del oenegismo, cuyos criterios son los de la cooperación internacional, que son otra forma de injerencia extranjera en los asuntos internos.

Por todo ello, valdría la pena sacudirse de encima la despolitización pendeja que el neoliberalismo y sus formas conspicuas sirven a la muchachada como “alternativas realistas al desencanto”, todas ellas ligadas a consumos segmentados, es decir, al mercado -lo cual nos devuelve indefectiblemente a la circularidad del poder-, e ir cuestionando en todo momento el discurso dominante, pensando y actuando crítica y radicalmente, entendiendo por “radicalidad” ir a la raíz de las cosas para comprenderlas y transformarlas mejor.

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lunes, julio 10, 2006

Hoja de ruta

Por Andrés Cabanas

Con matices políticos y diferencias entre países, se abre un nuevo escenario político en América Latina [1] Esta fase, heterogénea y en construcción permanente, se caracteriza por los siguientes rasgos: en primer lugar, el fortalecimiento de los gobiernos y los estados, que han sido “pulverizados por el neoliberalismo”[2] y reducidos a su mínima expresión: por ejemplo, el estado de la salud en Guatemala con un presupuesto de 244 quetzales por persona y año.[3]. En el nuevo paradigma, gobiernos y estados fuertes se convierten en instrumento de “ciudadanía y armazón de un nuevo modelo de desarrollo nacional”.[4]

En segundo lugar, se propugna un modelo económico no divorciado de las necesidades de la población, donde la búsqueda de la justicia social tiene más importancia que el crecimiento, el control de la inflación o las abundantes reservas monetarias existentes (en Guatemala, más de cuatro mil millones de dólares en marzo de 2006). “La economía sin la política es mera especulación entre ricos y la economía sin lo social es mera abstracción teórica”, afirma Álvaro Velásquez.[5]

En tercer lugar, se apuesta por la sustitución de Estados excluyentes y racistas por otros fundamentados en la diversidad y la multiculturalidad, ”más humanos y justos, con visión indígena de la armonía, equilibrio y solidaridad”.[6]

En cuarto lugar, se promueve la recuperación de los recursos naturales y, eventualmente, su explotación en beneficio de las comunidades. Recursos que hoy brotan de la tierra, la atraviesan durante cientos de kilómetros y desaparecen sin dejar rastro, como los 6.72 millones de barriles de petróleo producidos en Guatemala durante 2005 que generaron tan sólo 14.8 millones de dólares en regalías, es decir, 2.20 dólares o 16.5 quetzales por barril.[7]

El conjunto de los factores anteriores implica no sólo cambios superficiales o cambios de gobierno sino transformaciones estructurales y refundaciones que tomen en cuenta “las demandas de los más pobres y de los más excluidos de nuestros territorios”[8], y que se operan por medio de Asambleas Nacionales Constituyentes.

En Guatemala, es necesario prepararse para acelerar estas tendencias presentes ya en otros países, que enfrentan la rigidez de los planteamientos económicos, la primacía de lo privado sobre lo público y la unidireccionalidad de las alianzas (Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos), es decir, enfrentan exclusión y dependencia.

Las soluciones no son necesariamente electorales y no pasan exclusivamente por la constitución de partidos políticos, aunque la cercanía de las elecciones va a influir en el debate y los posicionamientos durante los próximos meses. En cualquier caso, es urgente fortalecer organizaciones y actores sociales y políticos, a partir de la diversidad, amplitud, flexibilidad organizativa, claridad en los principios y capacidad de debatir. Amplitud y flexibilidad que se perdieron en algún momento de la historia reciente en detrimento de la ortodoxia, el verticalismo, la falta de transparencia y la supremacía de la verdad iluminada de unos pocos por sobre la convicción llena de dudas de la mayoría.

En algún momento de la historia reciente, decimos, porque no siempre y no en todas partes fue así. La hoja de ruta de ahora se enlaza con el pasado donde los sujetos socio políticos para la transformación eran amplios y diversos y donde el reto, en vez de alianzas de cúpulas y organizaciones unipersonales, se centraba en la multiplicación. Como recuerda José Antinoe Fiallo con relación a la Comuna de París, multiplicación “de posibilidades, de puntos de encuentros y organizaciones de todos tipos y formas, sin que ello implique predominio esquemático y absolutista de alguna en la marcha del conjunto, pues la coherencia del conjunto implica una reformulación o relaciones de vanguardia. La diversidad de sujetos sociales, igual que en el caso de las organizaciones sociales, arroja una riqueza de particular dimensión. Aunque pudiera parecer como exclusivo y absorbente sujeto histórico el proletariado y la clase obrera, es evidente u obvio el reconocimiento de la diversidad, sus papeles y roles”. [9]

La energía sobra, incluso donde menos se espera encontrarla (a propósito de la convicción demostrada por las personas adultas en movilización permanente desde el nueve de junio). Pero más allá de paralelismos con otros países de América Latina, parcialmente esquemáticos, y más allá del optimismo voluntarista, el desafío consiste en fortalecer espacios organizativos a la vez unitarios y plurales, coherentes con el ideal de nación justa, diversa e incluyente que se propugna. Para Ba Tiul, debemos ser capaces de “analizar nuestras debilidades para poder emprender un camino mucho más fuerte y decisivo a fin de transformar las estructuras tradicionales de los Estados actuales”.[10]


[1] La afirmación es contundente, en sintonía con opiniones analizadas, por ejemplo la de José Cademartori, último ministro de Economía de Salvador Allende en Chile: “Que hay un giro a la izquierda en América Latina, en comparación con el decenio de los noventa, es algo difícil de negar. Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Haití son los casos más notorios, pero no los únicos” (en el artículo “Giro a la izquierda en América Latina, independencia e integración”)

[2] Walter Chávez y Pablo Stefanoni, “Bolivia en revolución”, Le Monde diplomatique, junio 2006.y

[3] Prensa Libre, “Gasto de salud en disminución”, 3 de julio de 2006

[4]Chávez y Stefanoni. Ibíd.

[5]Álvaro Velásquez, “Reformar la democracia”, Prensa Libre, 2 de julio de 2006.

[6] Kajkoj Ba Tiul, “Los pueblos indígenas del mundo: Nuevo triunfo para nuevos retos”.

[7] Según “El periódico” de 3 de julio, muy por debajo del precio internacional del crudo nacional, que es de 40 dólares por barril.

[8] Kajkoj Ba Tiul. Ibíd.

[9]Al analizar la Comuna de París, el profesor dominicano José Antino Fiallo observa la pluralidad de sujetos sociales reconocidos (con la debilidad de la visión masculina de los mismos): “republicanos socialistas, hombres de convicciones sinceras, hombres del pueblo resueltos, activos, que tengan un juicio recto y una honestidad reconocida, obreros, internacionalistas, artistas, pequeños burgueses, intelectuales, delegados, talladores, cortadores de piedra, obreros del vestido, fundidores de hierro, camioneros, trabajadores de la harina, obreros metalúrgicos y mecánicos, políticos, literatos, periodistas y caricaturistas, mujeres, niños y niñas, cantineras de los batallones, combatientes de formaciones femeninas, guardias nacionales, insurrectos, blanquistas, artesanado artístico, proudhonianos” (en “Los comuneros Carlos Marx y Federico Engels: La comuna de París y el hoy”).

[10]Kajkoj Ba Tiul. Ibíd.

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